Acerca de convertirse en esclava casi sin
saberlo
Me peiné, me pinté, me
puse mis mejores ropas y les pedí a mis papás que me llevaran a aquel
restaurante. Ya había cumplido quince años y todos mis amigos del chat me
habían odiado por no haberlos invitado a mi fiesta. Lo cierto es que no hubo
fiesta. Aquel catorce de junio de 1999 no hubo ninguna celebración; estaba yo
tan deprimida que ni siquiera había querido cumplir el sueño de toda
adolescente: tener una fiesta de quince llena de amigos y gente querida. Lo
cierto es que a la única gente que yo quería era a mi familia, y amigos no
tenía. ¿Para qué iba a festejar? ¿Para que fuera quién? Mejor era quedarme en
casa y hacer como si nunca hubiera cumplido quince.
Pensé que ya era momento
de conocerlos. Se juntaban en un restaurante a las 9 y media de la noche el 17
de julio de 1999. Mis padres no estaban de acuerdo con mi participación en
aquella reunión y quizás eso hizo que yo quisiera ir aún con más ganas.
Cuando llegué, mi mamá me
dejó justo en la mesa donde estaban todos reunidos y me dijo que me pasaría a
buscar en tres horas. No protesté, estaba bien. Chequeé la mesa: Yo era la
menor, claro. Tenía quince años. Los demás tenían entre 25 y 40, con excepción
de Alejandro que tenía 24. Claro que estaba Alejandro, él me había instado a
ir. Las cosas estaban claras con él: íbamos a ser hermanos, solo hermanos. Nos
separaban ocho años de existencia y nos queríamos mucho, pero legalmente era
imposible. Seríamos hermanos.
¡Qué extraña sensación
aquella noche! Aunque hablábamos todos los días sin falta, nunca nos habíamos
visto personalmente. Tan extraña era la situación para mí, que busqué la silla
más apartada y me puse a charlar sin problemas con otras amigas cibernéticas
que rondaban los 25 años. No quería estar cerca suyo. Temía decepcionarlo: él
siempre me decía que no parecía tener esa edad y hasta pensaba que le mentía
respecto de eso. No quería que me ponga a prueba. Tenía una premisa muy cierta
en la cabeza: sé escribir, es lo que hago. Pero hablar es completamente
diferente y es tan difícil como leer la Biblia en diez minutos.
Sin embargo Alejandro
encontró los métodos necesarios como para acercarse sigilosamente. Me di cuenta
que estaba al lado mío porque prendió un cigarrillo (meses después me
confesaría que no fumaba, que simplemente lo hizo para llamar mi atención). Ahí
estaba, él. Mi “hermanito” fumando un cigarrillo al lado mío. Tantas veces
estuvimos juntos estando lejos… y sin embargo ese día estábamos cerca y más
separados que nunca.
Después de unos minutos me
saludó, hizo algún comentario gracioso acerca de alguno de los miembros del
grupo y poco tiempo después apareció mi mamá y me fui. A partir de ese día
Alejandro se convirtió en la persona más importante del mundo para mí: me
levantaba media hora antes del horario de ir al colegio, solamente para
chequear emails y ver si tenía alguno suyo. Cuando volvía del colegio comía en
frente de la computadora mientras hablaba con él. A la tarde iba a inglés y
hacía los deberes del colegio. Y a la noche: antes y después de comer. Como
puse en algún email: “sos
lo primero que veo a la mañana y lo último en lo que pienso cada noche”. Me
estaba enamorando de un hombre casi diez años mayor que yo. Estaba cometiendo
un error: era excitante, estaba rompiendo las reglas.
Miércoles, 28 de julio de 1999 12:12am
De: Cielo
Para: Hogweed
Te juro que tengo muchas
ganas de verte, no sé por qué, realmente no sé. Pero ahora que me voy de
vacaciones, me pongo a pensar en que no vamos a chatear por algunas semanas y
eso ya no me gusta nada. Hablar con vos es una necesidad, porque realmente me
hace muy bien. Cada vez que hablo con vos me dejas boba, porque me sorprendes
con esa mezcla de ternura, dulzura, perspicacia e inteligencia. Y por otro lado
tengo miedo: porque hoy somos amigos, “hermanos”, pero mañana… mañana no sé.
Aunque nos llevamos muchos años de diferencia yo sé que tenemos mucho en común,
aunque vos sepas mucho y yo demasiado poco de la vida.
Con esto quiero decirte
todo lo que te quiero, porque aunque siempre te lo repito, sé que te gusta que
te diga lo que pienso. Sé que quizás este es un cariño diferente porque somos
“hermanos” pero me quedé pensando cuando me dijiste que necesitabas “amor”. Me
quedé algo pensativa y reflexioné: sos el tipo de hombre que cualquier mujer
necesita. Sos un tipo comprensivo, que quiere escuchar, que sabe escuchar, que
te ayuda a resolver cualquier problema. Sos dulce, tierno, cariñoso… lo cual me
deja pensando: ¿Cómo es que este chico no tiene novia? Y bueno, Dios le da pan…
Pero sabemos muy bien que
es un amor “entre hermanos”, un inmenso cariño entre hermanos. Solo que me
asombra un poco el tema de tu soledad, que quizás te guste pero (por mucho
tiempo) a nadie le gusta estar solo. Yo siempre fui una chica muy solitaria,
aunque no parezca, muy de hacer la mía sin importarme lo que me dijeran los
demás; pero cuando crecí me di cuenta de que necesito de alguien. Alguien que
me escuche, que me quiera y que en definitiva me ame y me de lo que quiero: una
relación estable, seria, sin mayor compromiso que amor duradero. Y si yo a los
quince pienso eso, me imagino lo que pensarás vos que tenés 24.
Quiero
decirte que sos un amigo muy especial, que te quiero mucho y quiero darte las
gracias por todo lo que me das. Gracias por tu atención, realmente la necesito.
Jamás, jamás, jamás te olvides de mi eterno cariño.
Clarita
Clarita. Ese era mi nombre
de ficción para el chat. Por alguna razón no me gustaba mi nombre y por otra
estúpida razón habíamos decidido ser “hermanitos”. Estupro, esa era la razón:
pero la entiendo recién ahora, después de siete años. Alejandro era táctica
pura, un estratega de los más astutos. En aquel momento, sin embargo, era él la
única razón por la cual sonreía y por qué despertarme feliz.
Pronto Cocol fue
sumiéndose en el recuerdo de algo inconcreto, un deseo irrealizado y ya casi
archivado. Aunque Alejandro no ocupaba el lugar que yo quería en mi vida, fui
aprendiendo a acomodarme a sus peticiones, a sus antojos. ¿Una hermana quería?
Bien, exactamente eso iba a tener. Pero mi táctica a fin de enamorarlo estaba
por empezar.
No fue muy difícil
enamorarme de él, era todo lo que yo quería, lo que necesitaba en ese momento y
quizás lo que había necesitado toda la vida, aunque se ocupaba permanentemente
de recordarme los ocho años de diferencia que teníamos (“maldigo una vez más
los ocho años que nos separan y me conformo una vez más con la condición de
“hermano”) y de decirme que él sentía lo mismo que yo. A su modo, Alejandro fue
mi mentor: me enseñó a expresarme, a tomar decisiones importantes y a
desarrollar pensamientos lógicos. Pero por sobre todas las cosas Alejandro era
una inminencia en oratoria y persuasión. Y yo, afrontémoslo, era una presa
fácil. Triste, solitaria y necesitada de afecto y contención. El lobo había conocido
a su cordero.
No puedo decir qué me
gustaba más de él: si su forma de hablar o de escribir o el misterio que lo
rodeó toda la vida. O quizás, la manera en que me trataba, nunca me habían
tratado así: con tanto miedo a que me rompa, con tanta delicadeza, tanta
dedicación. Sus frases aún dan vueltas en mi cabeza, en mi memoria: “tus ganas
de verme son correspondidas, hermanita. Yo también tengo ganas de verte pero
tenés que aprender a controlar tus emociones/deseos. Es fundamental para tu
vida, para vos. Tenelo en cuenta”.
Para cada frase mía él
tenía una respuesta perfecta, hecha a medida. “No nos vamos a ver por ahora,
pero a no desesperar por eso. No es bueno que creemos una dependencia (el uno
del otro) tan fuerte. Es bárbaro poder estar bien, pero no tiene que ser
condición única para estar bien, ¿se entiende?”. “Bonita de mi corazón, no
tengas miedo. El miedo te hace dudar, perder oportunidades: no te deja vivir ni
sentir. No temas, aprovechá cada momento como si fuese el último. Cuando lo
logres, no vas a sentir más miedo. No más”. “Hoy somos amigos, hermanos,
¿mañana qué? Seremos amigos, amantes, marido y mujer o nada. Pero amigos
podemos ser siempre. Depende, una vez más, de nosotros. Cielito, las cosas
Claras”. “No te apures a buscar una relación estable. Las cosas se van dando en
la medida que nosotros lo permitimos y en el momento que tenga que darse se va
a dar. No busques, no fuerces momentos ni decisiones. Relax”.
Relax. Era su premisa, que
hoy sonaba dulce y hasta cariñosa, en un pedido de tranquilidad para llevar a
mi calma espiritual. Es grandioso cómo a través de los años las personas
utilizan las mismas palabras pero para expresar significados completamente
opuestos. Años más tarde “relajate” tendría idéntico significado que “no me jodas”.
Acorde transcurrían los
días y los meses, mi relación con Hogweed se fue afianzando. Hablábamos todos
los días, sin excepción. La siguiente oportunidad que tuve de verlo fue cuando
me fue a buscar al colegio una tarde de ese mismo año. Fuimos a tomar algo. Yo
un jugo de naranja, él una tónica. Una hora más tarde yo estaba volviendo a
casa… y se avecinaba la tormenta.
Yo en pos de mi
personalidad obsesiva compulsiva, había estado imprimiendo todas las
conversaciones que mantenía por chat con Alejandro. Me gustaba leerlas,
llevarlas conmigo a donde fuera. Así, cualquier momento de ocio era
transformado en placer por mí en cuanto leía las conversaciones. Es fantástico,
descubrí un método de no dejar que pase el tiempo. De no dejar que los momentos
de olviden; de hacerle decir una y otra vez las mismas frases: “no temas,
bonita”, “tus ganas de verme son correspondidas”, “yo también te quiero mucho”.
Y sin embargo, el papel no
fue tan prudente como pensaba. Mamá encontró algunas conversaciones con
Alejandro y me preguntó aquella tarde, histérica: “¿Quién es Hogweed?”. Le
contesté que era un amigo del chat, pero que no lo conocía personalmente. De
ninguna manera me hubiera permitido seguir respirando si se enteraba de que me
había encontrado con un hombre desconocido en un bar. Claro que las
conversaciones que Mamá había leído serían alarmantes para cualquier madre.
Alejandro me estaba incitando, de a poco, a que me gustase, a que me excitase,
a que piense en él. Me estaba enamorando… y si por fin lograba su cometido,
sabía que duraría para siempre. Dicen que el primer amor nunca se olvida. Y es
mentira, porque de Cocol me olvidé. Pero de Alejandro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
comentarios principescoz