viernes, 23 de marzo de 2012

abzurdah (capituo 13)



Superhéroe electrificado

         Que quede claro: cuando hablo de relaciones obsesivas no lo hago metafóricamente; estoy siendo más literal que nunca. Cuando digo que hubiera muerto por Alejandro, tampoco lo tomen como una metáfora. Sé que es difícil descifrar cuándo escribo en serio y cuándo no, pero hagan el intento.
          No iba a aguantar mucho tiempo más. No estar con Alejandro significaba la muerte espontánea de la persona inteligente que yo creía ser por primera vez. Me había hecho sentir adulta, elocuente y propensa a ganar todas las batallas. Era la muerte de mi heroína. Mi heroína carbonizada. Estaba demasiado deprimida como para quedarme estancada.
          A fines del año 2000 me fui a Europa y me olvidé de que el dolor se traslada con el viajante. No porque me fuera a otro universo iba a dejar de sentir aquel dolor punzante, no. Era eterno y me acompañaba, aún en Inglaterra, en Francia o en Italia. Viajaban conmigo el dolor y la estúpida idea de que hasta las gárgolas estaban en mi contra ya que todo me hacía acordar a él. Una vez me pareció verlo detrás de una librería donde hurgaba en busca de un libro para ahogar mi pena. Pocas horas después recibí un email suyo diciéndome que estaba en Europa. Si no era él, era su gemelo europeo y si no era su gemelo europeo, por favor, intérnenme.

NEW HOTEL ROBLIN
6, rue Chauveau-Lagarde
75008 PARIS

Alejandro,
         París es un bombardeo de twingos y castillos. Ambos me tienen cansada. Uno me trae recuerdos, el otro me hace soñar. En este momento estoy en mi cama del hotel, tapada hasta los codos, escuchando el resumen de Sydney 2000 que puso mi primo que duerme en la cama contigua.
         Francia no parece demasiado integrada a la era de Internet; por las calles no he visto ni un solo cyber café ni nada que sele asemeje. Todo muy lindo, pero demasiado antiguo para mi gusto. Me encantó Londres: la gente es alocada y se viste raro (allí me siento cómoda). En París tenés que vestirte con polleras largas hasta las rodillas y muy sobriamente, sino no tenés estilo. Imaginate lo desubicada que me siento acá.
         Te extraño demasiado como para subir a la torre Eiffel. Tengo más ganas de subirme al tren metropolitano que va a Avellaneda, por raro que suene. No puedo disfrutar de nada acá… lo único que hago es buscar computadoras disponibles para poder escribirte, o con suerte, encontrarte online. Quiero volver a mi casa, quiero estar con vos. Odio Europa. Te amo.

Cielo

         Mi vínculo con Alejandro se volvió perverso y cruel, se asemejó cada vez más a él. “Te amo pero necesito tiempo”. ¿Qué quiere decir eso? Necesitar tiempo es frenético, es desesperanzado, es casi ridículo. Nadie necesita tiempo. En realidad, no necesitaba tiempo, necesitaba que a tiempo me retirara. Cuando volví de Europa me enteré de que estaba saliendo con otra persona. A continuación surgieron las (obvias) dudas: ¿fue antes o durante o después de estar conmigo? Y eran obvias las respuestas. Sin embargo, nunca pude desprenderme de él y por alguna razón él tampoco pudo. Si bien (él decía que) no funcionábamos juntos, nos llevábamos muy bien y nos hacíamos falta (aunque solo fuera sexualmente). Sí, a veces sentía placer cuando me daba cuenta de que era su amante y que estaba engañando a su novia. Sí, tengo que admitirlo. Es decir, no me gustaba mi posición, pero qué bien se sentía ser la elegida. Qué bien saber que no amaba a Marina, qué bien que no tuvieran buen sexo (¿por qué otra razón volvería a mí?).
         Me acosaba una especie de erotomanía incontrolable. Tanto quería que Alejandro se acercara a mí que hacía lo imposible por agradarle. Cualquier intento era bueno: de pronto me encontré comprándole libros, discos, jeans, remeras y cualquier cosa que estuviera a mi alcance. Nada era suficiente, pero yo creía que si podía agradarle iba a enamorarse de mí otra vez (en caso de que alguna vez hubiera sentido algo siquiera parecido al amor o la ternura).
         La cruel realidad era que ya no tenía quince años y que el depravado ya había conseguido lo que quería (al menos eso me gusta pensar, me hace odiarlo). Inevitablemente tengo que odiarlo. Lo culpo de mi soledad, de mi miedo a las personas, de mi desconfianza en general, de mi despecho. Durante años mi entorno se sigue preguntando qué tanto hizo Alejandro y cuánto me corresponde a mí. Es un porcentaje que nunca pude resolver: no me dan las cuentas. Que tuvo un impacto estruendoso en mí, eso es sabido; también que me hizo llegar a extremos incalculables e imposibles. Pero que se regodeaba en mi desgracia, eso no se sabe; que me obligaba a jugar un juego macabro tampoco.
         Sus maldades son tan sutiles que me es casi imposible explicarlas, deletrearlas, exponerlas. Alejandro es eso: indescriptible. Porque si uno lo ve por la calle, no se da cuenta de nada. Un tipo común, que no llama la atención, que no tiene nada atractivo o alarmante. Es, a simple vista, un hombre cualquiera. Pero ¡pobre de aquel que se atreva a cruzar el umbral de su apacibilidad! De nuevo, es solo mi punto de vista. Quizás lo conocen, lo hayan visto y hasta hablado con él. Un ser perverso, un estafador de la mente. El hombre que amo.
         ¿Cómo se puede amar y odiar a alguien al mismo tiempo? Así es mi amor: atemporal. Por momentos olvido el presente cuando Alejandro es un tipo despreciable y solo puedo recordar cómo era, cómo me trataba, cómo me quería. Mezclo personalidades, momentos, tiempos y así mi amor se vuelve atemporal: sin poder distinguir lo que fue y dejó de ser, de lo que nunca será.
          Tengo la admirable (¿despreciable?) capacidad de borrar lo malo y recordar los momentos gratos. Así, aún después de escribir atrocidades acerca de él, puedo llamarlo por teléfono y hablar como si nada, con voz de enamorada y suspiros cariñosos. Sí, es lamentable. Por eso me costó tanto despegarme de él, por eso escribo: no quiero olvidar.
         Quizás hasta tenga memoria selectiva: archivo solamente los documentos, pensamientos, fotografías, escritos y demás, que me hagan recordar los buenos tiempos. En alguna de mis peores épocas llegué a inventar conversaciones para no sentirme sola. Mi imaginación siempre fue más fuerte que mi racionalidad cuando se trata del “amor” o lo que sea que esto es. Así, puedo pelearme con Alejandro sin que él se entere, o amarlo cuando en realidad tendría que repudiarlo. No sería raro tampoco pelear con él y no recordar porqué. Ya dije: no puedo acordarme de las cosas malas, esas razones se disuelven en mi cabeza, no las encuentro; se arrinconan empolvadas en algún lugar de mi cerebro.
         Erotomanía, la sufro. Soy consciente de eso, pero solamente cuando me aíslo, me alejo y me desdoblo. Solo así puedo entender que quizás no es tan importante, no es tan trágico o que tal cuestión no merece mi muerte. Solo cuando me veo desde afuera… y en general cuando logro un desdoblamiento ya es demasiado tarde para tomar decisiones. Con seguridad ya las tomé y sin duda erróneamente. Cuando no soy consciente de mi condición, el mundo se deshace por un llamado que no llegó o porque se canceló una ida al cine.
         Los cambios de planes no son aceptables en mi vida. Si vamos a hacer tal cosa, la hacemos. No hay porqué arrepentirse, no hay porqué cambiar los planes, nada es justificable. De allí que cada vez que Alejandro me deja plantada mi mente trabaja horarios desubicados hasta encontrar respuestas que me hagan infeliz. Casi todas ellas una mujer, una nueva amante, pocas ganas de verme o la decisión definitiva de dejar de quererme. Todas ellas me alarman, me corrompen y siento un dolor tan hondo, tan profundo como una lanza surcada por entre el estómago. Y me invade una desesperanza que más parece una descarga eléctrica poderosísima que me deja nublada, ciega, somnolienta, imbécil, destartalada. Sin poder de decisión, inactiva e imperante: necesito dormir, o morirme, o que me maten. Y si no sufro otra descarga eléctrica me quedo dormida al poco tiempo. Casi siempre es así:

  • Situación
  • Crisis de llanto
  • Hipótesis
  • Descarga eléctrica
·        Dormir

Así funciono, por peor que suene. ¿Cómo puedo amar y odiar a una misma persona? Fácil: Alejandro me da lo que quiero, o me da en parte lo que quiero, o me hace creer que me da lo que quiero, o me auto convenzo de estar satisfecha con lo que me da o le mendigo y acepta entregar a modo de limosna. Y por otro lado (me considero un vivíparo pensante) a veces, pocas veces, tomo consciencia de la irracionalidad de lo que hago, de la impotencia que encarno, de lo patético de mis actitudes y comienzo a pensar: situaciones, hipótesis, electricidad, etc.… y eso me hace odiarlo.
La electricidad me hace odiarlo y me hace dormir. Generalmente cuando me despierto, no recuerdo por qué lloré tanto (desdoblamiento) y cuando logro saber porqué, aún no lo entiendo. No puedo ponerme en mis propios zapatos. Como si esa noche de sueños rotos me hubiera borrado todo registro de empatía conmigo misma. Al despertar la pena aparece reducida y hasta minimizada. Reducida a un montón de neuronas de más que hicieron mala sinapsis. Nada más que eso. Alejandro no asume culpas, no le inculpo nada, yo vuelvo a ser el feliz arlequín que alegra la vida de los otros y comienza una vez más todo cuando me doy cuenta de que no es suficiente para mí, que necesito más, que no estoy bien. Así es como se ama y se odia a alguien hasta límites insospechados.
Mi psicólogo más tarde me obligó a no desentenderme de mi pena: “y vas a venir, aunque supongas que es algo resuelto. Con vos es siempre lo mismo. A un momento estás muriendo y al día siguiente, como lograste taparlo (ahogarlo, al sentimiento de muerte súbita), hacés como si nada hubiera ocurrido, olvidando el asunto por completo”. Néstor, tenés razón. Siempre ahogo mis sensaciones, mis deseos, mis sentimientos, mis miserias y alegrías. Lo suprimo todo, eternamente, porque a tiempos es menos doloroso dejar de sentir.
Cuando dejo de sentir empiezo a pensar. Me hago preguntas racionales y me contesto sin mayores problemas. Y la vida es así: fácil, cerebral. Tengo, es cierto, varias personalidades y para cada una de ellas un grupo de amigos diferente. Me cuesta mezclar amigas. A tiempos, soy muchas personas que difieren entre sí: tienen distintas personalidades y las motivan incomparables cosas. Por duro que suene, sé que es así. Hay gente que no se bancaría a HIEDRA y otras que se sienten poco confortables con Cielo. Por eso tengo que actuar diferente o amoldarme. Soy lo que el ambiente quiere que sea, lo que las situaciones me indican que es mejor ser. Que es más conveniente ser.
Una vez conocí a un chico canadiense que tenía el mismo problema que yo. Llamémoslo mejor: condición. Esa misma condición. Esa disparidad de personalidades y gustos. Se llama Ammar Mousa. Un palestino nacido en Libia hijo de un jefe militar o algo similar. Ammar dice que no tiene tierra, que no pertenece a ningún lado. “Los judíos me sacaron mi país, no pertenezco a ningún lado”. Hoy está viviendo en Canadá desde hace algunos años. Su padre vive en algún lugar de Europa donde montan camellos, comen gatos y los chicos se divierten apedreando mulas y jugando con armas de fuego. Todo aquello le parece incivilizado y sin embargo siente que pertenece allá, aunque decidió irse. Por otro lado, se queja de Toronto: “en el diario, la semana pasada, la noticia más candente fue que a una viejita se le atoró su gato en un árbol. Llamó a los bomberos que bravamente lo rescataron”. Le molesta ese país tan organizado donde “no pasa nada”. Odia a los judíos con gran admiración (admiración mía, claro, porque no entiendo cómo se puede odiar tanto). Tiene problemas diferentes de los míos y si lo pienso dos veces no tan diferentes: busca territorio. En realidad yo también busco territorio, pero no me interesan los israelitas ni los musulmanes ni Sadam Huseim. Estoy de acuerdo, entiendo su causa. Tengo otro amigo que es judío y contradictoriamente también entiendo su causa. ¿Cómo puedo entenderlos a los dos al mismo tiempo? De la misma manera como amo y odio a alguien. Así, sin explicaciones. Me amoldo. No es que no tenga opiniones formadas. No creo que sea eso.
Ammar me entiende, es alguien que puede entenderme y entrar en mi cabeza. Le suceden las mismas cosas y nos importan cosas similares. Los dos tenemos problemas de concentración: nos aburre todo. Es decir, no solamente lo que son obligaciones, me refiero a todo. Nos llevamos muy bien: cuando empieza la semana nos escribimos a ver quién empezó más hobbies y cuánto tardó en dejarlos. Él se compró una bicicleta y la dejó tirada, sin usar. Siempre hacemos esas cosas. Nos emocionamos tanto con algunas actividades que en nuestra cabeza son fantásticas, tanto, que cuando las llevamos al plano de lo real nos parecen desconcertantemente aburridas. Y siempre es lo mismo. También nos aburren las personas.  Yo no puedo estar con alguien más de un día, la gente me aburre. Después de ese tiempo prudencial necesito estar sola, estar en mi cama sola, estar en el baño sola o simplemente mirando televisión. La compañía muchas veces se convierte en estorbo con el correr de las horas. Es decir, no soy antisocial, no quiero sonar a cuarentona soltera, pero es cierto que necesito de mi privacidad y que me molesta que la gente no sepa cuándo retirarse. Ojalá alguien alguna vez inventara un interruptor que les avise a las personas cuándo es el momento exacto en que empiezan a ser un estorbo.
No sé a qué viene esto. Siempre me voy por las ramas. Ah, bien, decía que Ammar me entiende, pero claro: tenía que vivir en Canadá, no podía estar cerca de mí (esa es una constante en mi vida: los afectos lejos). ¿Cómo lo conocí a Ammar? Bueno, esa es una historia que no viene a cuento ahora porque falta mucha información en el medio. Pero en algún momento, si logro recordarlo, voy a hablar de eso.

Ah, mis personalidades. Supongo que nacieron en mi necesidad de agradarle al mundo entero. Toda la vida me sentí marginada o por gorda o por antisocial o porque me gustaban los libros en lugar de los power rangers, no lo sé. Simplemente me sentía aislada. Y en mi necesidad de no aislarme creé personalidades acorde a cada grupo de amigos que me hacía. Creo que todos somos un poco así: no nos comportamos igual con nuestra familia que con nuestros amigos, o nuestros profesores o por teléfono o por email o vaya a saber qué otra situación. No puedo hablarle a mi familia de la misma manera que a mis amigos, ni puedo a un novio explicarle chistes que hago con mi familia y en el trabajo tenemos que dar otra imagen. Todo el mundo se la pasa inventando personajes, el problema es que me los tomo en serio y me sirven.
Y el personaje que más me cuesta es este que me carcome. Este que me obliga a escribir detalladamente en una agenda todo lo que se me viene a la mente. Que me obliga a llevar registro de todo: las veces que lo vi a Alejandro, qué llevaba puesto (yo), qué hicimos, a dónde fuimos y qué me dijo. No creo que sean muy normales algunas de las cosas que solía hacer, tales como configurar una lista de temas para hablar minutos antes de marcar su teléfono e ir leyéndola silenciosamente (¿hay algo peor que quedarse sin hablar al teléfono?). Son algunas de mis manías un tanto obsesivas, pero supongo que aprendí a convivir con ellas o que ellas se amoldaron a mí. También creo que nacieron por necesidades íntimas: de no olvidar, de no hablar de más, de no quedarme callada, de no repetir vestuario, de tomar consciencia pero por sobre todas las cosas: de RECORDAR. Aunque muchas miles de veces hubiese pagado para olvidar.

jueves, 22 de marzo de 2012

abzurdah (capitulo 12)


Donde lo oscuro y el placer se mezclan

                Se acabó. Se había acabado (y a decir verdad, aquí empieza la verdadera historia). Voy a hacer mis esfuerzos más calificados para intentar describir lo que sentía en ese momento. Una parte de mí, la más caprichosa, pensaba que haberlo dejado estaba bien, porque merecía más atención de parte de un hombre. En cambio, mi parte más racional sabía que lo había dejado por miedo a que él me deje en primer lugar.
                Sí, pensaba que necesitaba algo más de un hombre, pero todo lo que podía pensar ahora era: “necesito morirme”. Claro, eran solo fantasías. Era mi “primera desilusión amorosa”, como decía la gente en general. Yo muy profundamente tenía la convicción de que no era simplemente una nena que dejaba a su primer novio e iba a superarlo en cinco o seis días, ni semanas, ni años. Sabía que Alejandro había marcado mi vida para siempre.
                Antes de conocerlo, era una mujercita gris, pero autosuficiente, hermosa e inteligente. Ahora, dos años después era una versión pervertida de lo que solía ser. Me había convertido en una persona desdeñosa, alguien que no sabía gratificar a otros, que siempre buscaba el placer propio. Merecía placer, merecía dejar de sufrir… y por sobre todas las cosas: no podía parar de imitarlo.
                Alejandro es la persona más egoísta y centrada en sí mismo que conozco, que conocí durante todos estos años. No puede parar de hacer maldades, no puede consigo mismo. Necesita, supongo, escarbar en lo más profundo de las personas en busca de un punto débil. Y va a usar sus tácticas de degeneración en cualquier persona que se le vuelva de pronto una molestia. Te va a pedir que te relajes, que no lo presiones y por último te va a tirar al basural comunitario para que te coman los buitres.
                “Me niego. Me rehúso a que me coman los buitres, voy a pelear hasta que se muera”. Mentira, siempre digo algo y hago lo opuesto. Dejé que los buitres me comieran y peor que eso: dejé que Alejandro me siguiera comiendo compulsivamente. Es decir, seguramente tenía algún desorden alimenticio, o necesidad compulsiva de sexo conmigo, no lo sé. Si tengo que rescatar algo de esos ocho meses juntos es la atracción entre nuestros cuerpos. Nos veíamos y teníamos que tocarnos, hacernos el amor indefinidamente, sin tiempo, sin lugar, sin porqués. Una atracción que jamás desarrollé con otra persona y que sé que él tampoco pudo experimentar. “Tenemos una atracción sexual innegable”- dijo alguna vez. Y era cierto. Yo no lo entendía hasta que empecé a estar con otros hombres: ninguno se comparaba con él. En ningún aspecto eran confrontables. Maldito el día en que lo conocí.
                Durante los meses siguientes Alejandro se mostró reticente a hablarme. No quería escribirme, ni hablarme, ni verme (justo como el email que le había escrito ese 20 de julio). Eso lo caracterizaba eternamente: su orgullo. Se amaba a sí mismo más que a otros, más que a su perro, a su madre, a mí, a nadie. Se amaba como no había amado a nadie en el mundo y por lo que sé, después de ocho años, sigue piropeándose fervientemente. Y yo simplemente supongo que está bien, es decir, lo de Alejandro recorrió límites insospechados; pero ha de ser divertido amarse a si mismo, como una eterna masturbación. Podría decirse que Alejandro era un pajero.
                Esa devoción permanente hacia sí mismo hace que no haya lugar en sus prioridades ni en su mente ni en sus ganas para otra persona (ni nombro al corazón porque todavía no estoy segura de que posea uno; dato a confirmar). Cuando vivís en Avellaneda y te crees inteligente y emprendedor y por sobre todas las cosas sos un garca, no hay portones ni barreras que te detengan. Alejandro está convencido que es el hombre más inteligente y mejor dotado de Sudamérica (ya que no tuvo oportunidad todavía de viajar por los siete mares). Y si es hora de sincerarme, Alejandro no es buenmozo. Quizás hasta podría decirse que es un hombre feo (nariz grande, lunar al costado de los labios carnosos de más, ojos pequeños, achinados, cejas cortas, morocho y en vías de calvicie mortal) y sin embargo su inteligencia te consume, te enamora, te pervierte, te desmorona. Alejandro es un gran orador, me convenció de cualquier cosa, le creí cualquier cosa y quizás hasta todavía le creo. Me pregunto qué pasará en caso de que lea estas páginas, en caso de que le lleguen comentarios, en caso de volver a verlo. No, no. Nada de eso. ¿No?
                Sí, pienso que existe la posibilidad de seguir viéndolo, pero es prematuro hablar de eso ahora que faltan tantas anécdotas por contar. Por lo pronto voy a decir algo: mi obsesión alejandrística estaba desarrollada y Cocol al lado de Hogweed era una lágrima de duende enano, casi imperceptible.
                Si bien Alejandro pretendía querer alejarse de mí, continuamos hablando todos los días. A veces con despecho, a veces con congoja por extrañarnos y muchas otras veces solo porque necesitábamos tocarnos y sentirnos. Así, terminábamos hablando de por qué nos habíamos peleado, de cuáles eran las fallas en esa pareja corrupta o teniendo charlas sobre sexo a niveles que play boy hubiera calificado como xxxx.

                Tanto rogué, tanto lloré, tanto, que finalmente accedió. Nos encontramos en mi ciudad. Volver a verlo después de dos meses me provocó un colapso en el sistema nervioso. Me senté, solemne, en su auto y me preguntó qué quería hacer. Le dije que teníamos que hablar, entonces manejó hasta una confitería. Una vez sentados en la cafetería encendí un cigarrillo. Estaba nerviosa, Alejandro no me tocaba, no existía el contacto físico. Los dos estábamos conmovidos por el encuentro. Entonces le pregunté si quería un poco de mi cigarrillo; sorpresivamente me dijo que sí (¡Alejandro no fuma!) pero un segundo más tarde entendí todo. La forma cómo tomó el cigarrillo, rozando suavemente mis dedos, era casi tan erótica como la manera en que me estaba mirando mientras lo hacía.
                Aunque habíamos prometido no hacerlo, terminamos yendo a un cuarto de hotel. No era algo que pudiésemos decidir, vernos y no tener sexo estaba lejos de nuestra imaginación más remota. A partir de aquel día de abril, éramos adictos uno al sexo el del otro, era exageradamente placentero tocarnos y poseernos, por eso no era una opción dejar pasar la oportunidad. No era opción.
                Entré primero, me quedé parada mirando alrededor. Una cama con sábanas de seda azules, una caja plástica que con seguridad era el control de las luces y los volúmenes de radios, televisores y demás; mesas de luz atiborradas de preservativos baratos, una alfombra maloliente y la sensación de que esa habitación acumulaba más polvo del que podía apreciar a simple vista. No me gustaban los hoteles, me gustaba él y estaba dispuesta a cualquier cosa, a cualquier lugar, a cualquiera.
                Él entró luego (se quedó estacionando el auto y cerrando la cortina, en caso de que le diera vergüenza que alguien identifique la patente de su auto, quién sabe) y me miró casi sin detenerse. Dio una vuelta a la habitación con la mirada y se sentó en la cama con los brazos hacia atrás formando un triángulo con su espalda y la cama. Me miró. Empecé a desvestirme sola. Nunca me había desvestido sola, siempre esperaba a que él lo hiciera. Ahora me desvestía sola mientras hablaba de una amiga y los exámenes del colegio. Como si en vez de estar desvistiéndome para tener sexo con un hombre lo estuviera haciendo en un probador de una casa de ropa con una amiga de toda la vida (en el caso de que tuviera amigas de toda la vida).
                Él seguía mirándome. Mientras, yo me despojaba de las botas negras y las medias de lycra. Me senté en la cama, pocos centímetros lejos de él y seguí hablando: “no sé por qué nos fue mal en ese examen –mientras me sacaba el corpiño- habíamos estudiado. Lo cierto es que esa profesora nos odia”. Alejandro entendió que mi charla acerca del colegio era producto de una negación sobrehumana que mi inconsciente estaba conjurando sobre mí. Me miró sonriendo y se tiró encima de mí casi sin que me diese cuenta. No me interesaba darme cuenta, necesitaba que estuviera adentro mío lo más rápido posible, quería olvidarme del colegio y de todo lo que había pasado con él; quería olvidarme de que estaba en un hotel y que en una hora nos tendríamos que ir, y que no iba a verlo en muchísimo tiempo. No quería pensar que lo único que nos unía era el sexo, pero… necesitaba ese sexo, aunque no fuese lo único que necesitaba.
                Estábamos ya los dos desnudos y Alejandro estaba encima de mí cuando simultáneamente sentí placer y una opresión en el pecho, una angustia mortal, esclavizante, que aunque traté de disuadir me violó hasta lo más profundo. Se dio cuenta. Paró, me miró. Me preguntó por qué lloraba. Yo tenía los ojos rojos (lo sé porque me arden mucho cuando los tengo así) y las lágrimas parecían salir de la fuente de Salmacis, nunca paraban, no iban a parar, no pretendían hacerlo.
                Me sentía horrible: quería sentir su piel, su cuerpo, pero no quería tener sexo. Necesitaba estar al lado suyo, abrazarlo, quizás hasta verlo dormir; pero tener sexo no era compatible con la angustia existencial que vivía dentro de mí en ese momento. Sí, claro que no iba a poder tenerlo desnudo al lado mío si no hacía lo que fuera por seducirlo y hacer que me lleve a un hotel, pero no era lo que yo quería. Simplemente necesitaba verlo tranquilo, con su tergiversada mente dormida.
                Le dije que lloraba porque tenía mucho miedo de perderlo, de que esa fuera la última vez que hiciéramos el amor, que lo vería indefenso y entregado. “Gorda, nunca me vas a perder. Nunca”.
                Y ese año, no lo volví a ver.

sábado, 10 de marzo de 2012

abzurdah (capitulo11)


No soy tan diplomático cuando me inflan


18 de Marzo de 2000

Hogweed: ah Cielo, estaba pensando en decirte algo cuando te viera
HIEDRA: decímelo ahora
Hogweed: pero te lo digo ahora. En cuatro meses ya te habrás dado cuenta, pero igual: no esperes de mí una típica relación de novios. O sea: salir todos los viernes, cumplir todos los horarios, cumplir todos los sábados a tal hora, etc, etc. Todo esto por una simple y sencilla razón: ya lo hice y me di cuenta de que no sólo no sirve para nada sino que aburre, cansa, crea rutina. Entonces decidí no volver a hacerlo. Vamos a salir, pero sin ataduras. Entonces yo no te presiono y vos no me presionas, ok? Todos contentos.
HIEDRA: yo te presiono?
Hogweed: por ahora no
HIEDRA: si te sentis presionado decimelo
Hogweed: lo mismo espero de vos. Tus padres no van a entender esta relación nunca.
HIEDRA: ya sé… y no sé cuánto vamos a aguantar así, con el mundo en contra
Hogweed: Cielo! Qué decís?
HIEDRA: nunca pensaste en tirarlo todo a la mierda? Yo varias veces
Hogweed: en serio me decis eso? Yo cada vez estoy más convencido de que estemos juntos
HIEDRA: sí, pero es demasiada presión, me están apretando de todos lados, Ale
Hogweed: me querés?
HIEDRA: te amo
Hogweed: vas a dejar que hagan lo que quieran con vos?
HIEDRA: no sé hasta cuándo voy a poder impedir que lo hagan
Hogweed: Cielo, no me gusta esto. Si no estás segura, decimelo ahora. No quiero meterme hasta las orejas en algo que no va a funcionar así porque sí. Para mí no es sencillo, me la estoy jugando. No te pido nada solo que no te tires en contra mío vos también. Sos la única que tengo de mi lado. Si es TU decisión cortar, está bien; pero si es la de ellos, me mato.
HIEDRA: te quiero
Hogweed: Cielo, te estoy hablando en serio. Si estoy con vos es porque creo en vos, en tu carácter. No quiero una persona débil, influenciable. No, no, no y no. Gorda, si vos aguantas, ellos se van a cansar antes.
HIEDRA: eso me preocupa… no sé quién va a aguantar más
Hogweed: Cielo!!! No aflojes!!!
HIEDRA: veremos.
Hogweed: nunca pensaste en hacer terapia?
HIEDRA: terapia?
Hogweed: no te trato de loca, si?
HIEDRA: no?
Hogweed: por lo que te conozco, te noto un tanto “reprimida”
HIEDRA: cómo?
Hogweed: como que necesitas demostrar cosas que no son reales y que te cuesta expresarte y mostrarte como sos; te mostras como quieren que seas. Los americanos lo llaman “acting”. No te enojes.
HIEDRA: no me enojo. Pero qué cosa te parece que no es real?
Hogweed: si te digo esto es porque quiero que estés mejor con vos. Me parece que (sobretodo tu mamá) te presiona para que seas LA mejor en TODO. Y TODO no es posible. La mejor en danzas, la mejor en tennis, la mejor en piano, la mejor en el cole, la mejor. Es demasiada carga. Está bien intentarlo pero es mejor asumir la realidad. Yo te quiero como sos, seas la mejor o no.

De: Cielo
Para: Alejandro
Enviado: martes, 23 de mayo de 2000

¿Qué está pasando? ¿Qué mierda pasa entre nosotros? No quiero parecer pesada, no quiero que pienses que sos todo en mi vida, no quiero que te des cuenta. Pero ¿Cómo hago cuando estoy sola en mi casa y tengo ganas de abrazarte? ¿Qué hago cuando siento que no te intereso nada? ¿Cómo hago? ¿Cómo hago cuando sé que sos todo lo que tengo?

Si me quisieras una milésima parte de lo que te amo, sería feliz.

Cielo


De: Alejandro Tacoune
Para: Cielo “HIEDRA”
Recibido: 23/05/00

A tus repentinos y constantes cambios de humor intento acostumbrarme. No veo por qué vos no podés hacer el intento para bancar un mal día mío ¿no? Si sumamos mi mal día a cuánto te celo, resultan algunas de las contestaciones de ayer.
                Entre nosotros no pasa “mierda”, todo lo contrario. Creo que si aguantamos juntos seis meses es porque pasa algo más que mierda. Y otra cosa, ¡pendeja egocéntrica! Cuando tenés que serlo no lo sos! ¿Sabés qué es lo más importante que tenés? ¡Sos vos! Yo soy un condimento, a lo sumo un motivador; nada más. Te habrás dado cuenta de que no pienso ser todo lo que tenés, pero sí estoy contento porque me contás tus cosas, porque te expreses, porque cambies, porque pienses (y quizás algo de culpa tenga en eso). Además, si yo me muero mañana ¿qué vas a hacer? O sin ser tan trágicos, si me voy dos meses de viaje? Entendés? No soy todo lo que tenés, solo una parte quizás importante, pero reemplazable. No soy único ni irrepetible.

Hay muchos alejandros dando vueltas, pero solo un Cielo
Baby, relajate.

I love you.


De: Cielo
Para: Alejandro
Enviado: 30 de mayo de 2000
                No me gusta que tus amigas me desplacen, es más: me pone histérica. Los sábados para salir conmigo estás cansado y además tenés que jugar partido de fútbol el domingo a la mañana. Pero para tu amiga es distinto. Para ella el sábado sí estás. Y por ella no te interesa tu partido del domingo.

No me gusta nada, nada, NADA.
Cielo


De: Alejandro
Para: Cielo
Recibido: 30 de mayo de 2000

                A ver si ponemos en claro algunas cuestiones: mis amigas no te desplazan. Los sábados jamás salgo. No es que no salgo con vos porque “estoy cansado” (de hecho estoy más cansado los viernes, por ejemplo). Es cierto que los domingos me levanto temprano, por eso salimos nosotros los viernes (y porque vos cenás con tus padres también). Además sabés que paso los fines de semana con mis viejos en Monte Grande.
                Pero hay un detalle: mi amiga viene muy poco a Buenos Aires y de esas muy pocas veces solo alguna se decide a salir (de hecho la vi una sola vez en años) y lo único que falta es que para verla, yo le arme la agenda. “Cecilia, vení el lunes a la tarde que es mi día libre”.

Cielo, por favor, no sé por qué me hacés estos planteos.

Hogweed: no sé qué te pasa, realmente no lo entiendo.
HIEDRA: qué es lo que no entendés?
Hogweed: tenés celos de Cecilia?
HIEDRA: no, de tu perro.
Hogweed: Cecilia está casada, vive a más de 1500kms, la vi una sola vez en i vida. Es increíble la escena que me hacés.
HIEDRA: increíble? Mi novio que no lo veo nunca va a salir con una chica que vio una sola vez en su vida, un sábado, cuando se supone tiene que estar cansado y descansando para el partido del domingo.
Hogweed: mi amiga viene dos veces por año a Buenos Aires y tengo que darte explicaciones por eso???!!!
HIEDRA: no des un cuerno y chau.
Hogweed: las cosas son así, vos lo sabés. A mí no me conformas con un “chau”
HIEDRA: no me interesa conformarte.
Hogweed: si esta es la nueva Cielo, no me gusta definitivamente.
HIEDRA: no mezcles las cosas, no estamos hablando de mí sino de vos.
Hogweed: vos estás hablando de mí y yo de vos. Sabés que no me gustan las presiones. No te presiono y no soporto presiones de ese tipo.
HIEDRA: hacé lo que te plazca, no te presiono.
Hogweed: no me gustan tus contestaciones de pendeja.
HIEDRA: son contestaciones de pendeja porque soy una pendeja. Lo supiste siempre, siempre. No pretendas que tenga contestaciones de adulto porque tengo quince años y razono como alguien de quince años.
Hogweed: tenés quince cuando querés y te conviene.
HIEDRA: siempre tengo quince.
Hogweed: no me vengas ahora con que “tengo quince años”
HIEDRA: los tendré hasta dentro de catorce días.
Hogweed: me voy a dormir. Suficiente.


                Siempre odié mis cumpleaños. Supongo que porque es el festejo del día en que nací y últimamente estoy en contra de ese día. Desde chica, los detestaba. Me pasé la vida psico-somatizando cumpleaños y demás situaciones desfavorables para mi sanidad mental. Que quede claro: odio mis cumpleaños, los ajenos me divierten. Cuando era muy chica, Mamá quería festejarme todos los cumpleaños con compañeritos a los cuales no me unía ningún lazo de ningún tipo. En cada uno me pasaba algo antes de que llegasen los invitados: en los últimos vomité y volé de fiebre. Y como el ave fénix, cuando se iba el último invitado se me pasaba todo y me sentía espléndida.
                Siempre me la agarré con mi cuerpo para mostrarle a la gente lo que pensaba, lo que sentía o lo que no me animaba a decir (así también como lo que decía sin ser escuchada). Mi cumpleaños número dieciséis fue diferente del resto. No lo festejé, como es un clásico en mi vida, pero Alejandro y mis amigas fueron a visitarme. Pocas veces había estado tan contenta en un cumpleaños: Alejandro me condimentaba la vida con dulce veneno. Aunque estábamos peleados por la venida de Cecilia y otros temas, Alejandro viajó y me vino a ver. Yo estaba feliz y aún así, no estaba conforme. Algo muy fuerte pasaba adentro mío: el estúpido sentimiento de desesperación, de abandono. Alejandro no me estaba abandonando, pero en cada uno de sus emails yo lograba decodificar la misma frase “me estoy peleando con vos despacito, casi sin que te des cuenta y cuando abras los ojos ya no voy a estar”. Miedo al abandono. Soy abandonada por todos: amigas, padres, novio, profesores. Todos me abandonan, ¿por qué Alejandro no lo haría? Estaba esperando amargamente el día en que no volviera jamás. Eventualmente llegó ese día, pero antes, algunas codificaciones más.

20 de junio de 2000

Hogweed: por qué te portás así?
HIEDRA: porque no soporto más todo esto, tu indiferencia; no quiero más esto, no así.
Hogweed: no creo que la culpa sea enteramente mía
HIEDRA: buenísimo, llegamos a la etapa de echarle la culpa al otro. No me tomás en serio.
Hogweed: no te echo culpas. ¿No te tomo en serio? Me parece que te falta aprender algunas cosas, pero es normal.
HIEDRA: me falta aprender mucho, pero no tiene nada que ver, no viene al caso.
Hogweed: sí viene al caso, porque vos no sabés valorar nada de nada
HIEDRA: ahora tus actitudes son valiosas?
Hogweed: chau, no voy a soportar que me digas esas boludeces, Cielo
HIEDRA: no son boludeces, pero si querés olvidate de todo
Hogweed: no me voy a olvidar. Olvida vos si querés, no me digas lo que tengo que hacer.
HIEDRA: nunca te digo lo que tenés que hacer, por eso te fuiste a mar del plata todo un fin de semana mientras sabías que yo necesitaba hablar con vos porque estaba mal. Estoy cansada de arreglar los problemas superficialmente, no quiero más de esto; no estamos bien.
Hogweed: si estás cansada de arreglar “superficialmente” pensá en arreglarte vos antes de intentar hacer algo conmigo.
HIEDRA: no intento nada con vos y conmigo hago lo que quiero. Sé hasta dónde llega mi libertad, no intentes interceptarla.
Hogweed: bueno, pensá qué hacés con tu vida, cómo te fue, cómo te va y cómo te va a seguir yendo si seguis así.
HIEDRA: es cosa mía, no estamos hablando de mí, sino de nosotros.
Hogweed: esta relación tiene que ver con vos, Cielo. No puedo separar a la Cielo-persona de la Cielo-novia. Sos una sola. Si estás mal en tu vida, estás mal conmigo.
HIEDRA: no estoy mal con mi vida.
Hogweed: entonces no te conozco nada y estoy muy equivocado. Lo único que puedo decirte es que haberme ido ese fin de semana no me hizo bien. Y que quiero sentarme a charlar tranquilo con vos. Te interesa seguir conmigo?
HIEDRA: es lo que más quiero pero no es lo que mejor me hace. Entonces si estoy mal con o sin vos prefiero estar mal sin vos; porque estando con vos el problema es doble: porque seguimos peleando eternamente.


De: Cielo
Para: Alejandro
Enviado: 19 de julio de 2000

                Hoy hace mucho frío fuera y dentro de mí. Pienso que tal vez siempre fue así pero estaba ciega, entonces ahora sí puedo darme cuenta porque ciertas cosas me fueron abriendo los ojos de a poco.
                Quise escaparme un poco de la realidad pensando que todo iba a cambiar con el tiempo, pero ya ves: mañana van a ser ocho meses y todo sigue igual. Mal.
                Este email puede parecerte muchas cosas, incluso un email como cualquier otro de los cientos que te mandé durante meses. Pero este es diferente, es el de despedida. No me voy por una semana o por dos, me voy de tu vida para siempre porque sé que estoy de más. No me necesitás tanto como yo a vos y muchas veces me dijiste que en las relaciones hay que dar y recibir por igual; no se está cumpliendo esa regla. Siento que siempre sentí más que vos.
                Entonces digamos en nuestra relación no existe un equilibrio. O no nos vemos nunca, o estamos peleados… siempre hay un tema para discutir entre nosotros. No tuvimos ni una sola semana de paz en ocho meses. Creo que es importante un poco de relax, creo que llegó el día, ¿no?
                El tema de vernos más seguido también quedó en la nada. Ya ves: durante el año te veo (si se te antoja) dos veces por semana. Ahora estoy en vacaciones, no te voy a ver ni una vez. Hoy no, Alejandro tiene una reunión de amigos. Mañana tampoco, viaja. ¿Qué tiempo me dedicas de tu vida? ¿Cuatro horas por semana? ¿eso es un noviazgo? “Con respecto a vernos más seguido, sabés que se complica un poco: mis horarios, los tuyos, estamos un poco lejos, etc; pero vamos a tratar”. No. No te creo una palabra más. Ahora ni siquiera nos vemos los días que supuestamente nos teníamos a que ver. Olvidate.
                A los dos nos gusta que el otro nos diga cuánto nos quiere, pero ninguno de los dos obtuvo nunca lo que quiso. Nunca fue bastante, no nos alcanzó. Tal vez a vos sí te alcanzó, porque no necesitaste nunca verme. Pero no fue suficiente para mí, que te quise con el alma y no podía verte jamás. Tampoco tuviste en cuenta que además de escuchar “te quieros” hay que demostrarlos. Shakespeare dijo alguna vez: “no ama quien no lo demuestra”. Creo que describe perfectamente el “amor” que me tenías.
                “Pendeja, no lastimes a quien necesitás, tirá tu orgullo a la mierda alguna vez”. Me parece que te hice demasiado caso. Dejé que hicieras lo que quisiste, que vinieras cuando quisieras, que hicieras y deshicieras sin importarte nada de mí. ¿Pensás que sos el único que extraña?
                Además, había muchas diferencias entre nosotros. Pero la más notoria era que yo no me quería nada y vos te amabas demasiado. Tanto que en vos no había lugar para mí. Tal vez encuentres a alguien a quien ames tanto como te amas a vos mismo y ese va a ser el amor verdadero. Es un consejo, si yo no lo aguanté, creo que nadie lo va a aguantar, porque yo con esas cosas soy bastante paciente. Es solo un consejo.
                La pregunta es: ¿por qué no me dijiste desde el principio que te habías tomado nuestra relación de otra manera? ¿Por qué no me advertiste? Te hubiera amado menos, te hubiera dado menos. Ahora estoy atada a vos y es un infierno; por eso decido alejarme ahora. Porque si seguimos con esto que no tiene nombre, voy a amarte cada día mucho más y no es eso lo que quiero. Tal venzo tendríamos que haber desafiado a nada ni a nadie, y vos tendrías que estar con alguien de tu edad y yo con alguien de la mía. Mejor encuentro a alguien que pueda ver a los amigos todos los días, así ellos no me quitan el tiempo que me tiene que dedicar. Voy a tenerlo en cuenta a la hora de elegir la próxima vez.
                Lo que más duele es que nunca tuve prioridad en tu vida. Tu felicidad era condición única para que yo estuviera bien. Siempre te tuve arriba, como el religioso tiene a Dios. Pero yo nunca te interesé demasiado, sino hubieses tenido más ganas de verme. Tal vez tantas como yo. Nunca tuve prioridad en tu vida, mientras que vos fuiste todo en la mía.
                Ni como novio, ni como hermano, ni como amigo; me duele verte, escribirte o escucharte. Este es el último email, espero que sepas que no me adapté a tu estilo de vida, a tu filosofía de vida “Light”, cero obligaciones conmigo. No era eso lo que quería para nosotros.
                Yo escribo esto suponiendo que vas a entender porque se te un tipo inteligente. Así que a partir de hoy, voy a empezar de nuevo. No quiero hablar con vos. No quiero verte, no quiero escucharte. No me gustó tu “manera”. Tal vez cuando sea más grande me acuerde de vos y entienda lo que me habías querido decir. Quizás ya lo entendí. Por eso hoy, Alejandro, hoy que quiero decidir, prefiero estar con alguien que me ame a mi manera.

Cielo.
PD. Pero como te amé yo, no te va a amar nadie.