Welcome bèlle Úrsula!
17 de marzo
de 2002
Me voy a ver con Hogweed, tengo
diarrea; mis nervios son escabrosos. ¿Vendrá? ¡Tengo miedo! ¡Ay, por Dios!
Encima tengo cara de cansada por haberme despertado temprano para venir a esta
maldita facultad. Ya cinco personas me preguntaron si me pasaba algo. ¡Tengo
sueño! Eso es todo. Y además que quizás sea la última vez que vea al amor de mi
vida.
Así soy: extremista
hasta límites insospechados. Siempre pienso que la gente me quiere abandonar o
engañar o simplemente desconfía de mí. Ese “gorda, nunca me vas a perder” era
el sustento con menos sentido que alguna vez me hubiese sostenido. Sabía que
era una frase mentirosa para cambiar de etapa, es decir, para dejar de llorar y
empezar a coger; pero, de todas maneras, era lo único que me quedaba. Esa frase
era mi único sustento. Y aunque ya tenía casi un año de antigüedad, cabía
perfectamente en el presente: yo no quería que me deje e iba a recordárselo si
era necesario. Además, amo congelar frases. Suponía en ese entonces, o quería
suponer, que frases como aquella no tenían fecha de caducidad. Y sin embargo…
Alejandro llegó. Me
pasó a buscar y como cada vez que nos veíamos, me arrastró con su auto hasta el
departamento de Avellaneda. No, no piensen que era aburrido o monótono, nada
más lejos de eso. Estar juntos era más que un encuentro sexual para mí: era
revivir mis quince años, la época cuando me creía hermosa e inteligente. Y de
alguna manera estar con él era reivindicar todo lo que no había podido ser, pero
que siempre fue adentro de mi cabeza. Eso era: una ulcísimo, azucarada venganza
que no le hacía mal a nadie, excepto a mí.
Los días siguientes
la facultad se convirtió en “el edificio donde Alejandro estacionó justo
después de dormir conmigo”. Y las lapiceras pasaron a ser “el elemento con el
que escribí la nota en la casa de Alejandro” y Cerati pasó a ser mi cantante
favorito y en media hora ya sabía todas las letras de Sting.
Las cosas pierden
identidad cuando él las toca, cuando él las visita, cuando él existe cerca. Mi
subjetividad y mi imaginación habían hecho un pacto diabólico para volverme
completamente loca. Necesitaba verlo nuevamente, pero como una droga: por el
momento estaba satisfecha, no quería pedir más, no quería tener una sobredosis
(ni pecar de gula, en todo caso). Eso es Alejandro: una droga. Necesito, me da.
Necesito, me da. Necesito, no esta. ¿Qué hago? Necesito. ¿Y qué más? Necesito.
Necesito. Abstinencia: crisis de llanto, electricidad, me muero (acto fallido:
escribí “muero” en lugar de “duermo”). Aclaro,
no pienso eliminar mis fallidos, que son más interesantes que mi historia y que
cualquier cosa que mi consciencia pueda recordar. Entonces, mi inconsciente me
dice que me muero, probablemente sea cierto. Y cuando estoy casi dentro del
sarcófago (porque mínimo quiero morir y que me entierren al mejor estilo faraón
egipcio) Alejandro vuelve y me da. Y me calmo y vuelvo a respirar y vuelvo a
vivir.
Me da lo que
necesito: un llamado, un mensaje de texto, unas palabras sin sentido o una patada
en los testículos, en caso de que tuviera un par. ¿Lo que necesito? Me da lo
que quiere darme sabiendo que voy a aceptar cualquier limosna que venga del Rey
que le hice creer que es. Y entonces desaparece y necesito y no está y no
vuelve y necesito y la abstinencia de nuevo y la electricidad y me duermo.
Los encuentros
comenzaron a hacerse más continuados, ahora me quedaba a dormir en su
departamento una vez por semana. Estaba de novia con un alto consumidor de
drogas, me estaba drogando demasiado, pronto sobrevendría la sobredosis de
Alejandro. Pero no, las cosas se siguieron dando con naturalidad. Me iba de la
facultad, esperaba hasta las cuatro de la tarde, tomaba un taxi hasta nueve de
julio e independencia y lo esperaba.
Más tarde pasábamos
juntos la tarde, charlando, teniendo sexo, visitando paseos de compra, quién
sabe qué otras cosas; cenábamos, abríamos un vino o un champagne y nos
sumergíamos en los placeres terrenales. No me daba cuenta de que toda esa paz
superficial era trágica adentro mío. Esa maldita manía mía de creer que todo
está bien. Que porque me quedaba a dormir en su casa, él me quería. Que porque
me hacía el desayuno, me quería. Que porque compartíamos la misma cama o
teníamos excelente sexo, me quería. Sí, suena razonable: pero no me quería, o
al menos como yo quería que me quisiera. ¿Soy clara? Sé que soy exigente pero
no podía soportar ser menos que la mujer de su vida, en vistas de que él era el
hombre de la mía. ¿Era?
Me mareaba a
menudo, estaba de mal humor, sentía que algo estaba cambiando en mi cuerpo; no
me venía. Estaba embarazada. No había tenido sexo con otra persona, el padre de
mi hija era Alejandro. Al principio fueron tres días de alerta, luego una
semana de oscuridad y sospechas. Después, la convicción de que estaba
embarazada: horror, dolor punzante en el pecho. ¿Qué les digo a mis padres?
¿Cómo se lo digo a Alejandro? ¿Tengo que dejar la facultad? ¡Me quiero morir!
Depresión. Se acrecentó mi depresión permanente: quería que sucediera algo, que
ME sucediera algo, no al bebé pero sí a mí. Tenía diecisiete años, estaba
empezando una carrera de periodismo y me estaba arruinando la vida con un hijo
de un hombre que no me amó jamás y su hobby en la vida era infligirme dolor a
diestra y siniestra. ¿Qué iba a hacer?
Como primera medida
tenía que avisarle a Alejandro, pero hasta que me decidí a hacerlo, pasaron
tres semanas. Mi bebé ya tenía casi un mes de vida o quizás ya incluso tenía un
mes. Mi angustia había mutado en una felicidad incontenible: en la televisión
me bombardeaban con publicidades de pañales y leche para bebés, y por la calle
había aumentado visiblemente el número de embarazadas que se cruzaban conmigo.
Estaba embarazada, era una de ellas.
Úrsula, así se
llamaría. Es un nombre de princesa y Ursula era una princesa, sería tratada
como una princesa y no merecía otra cosa. Ahora era el momento de hacerle
entender al rey que iba a tener una heredera para su trono.
25 de abril
de 2002
Mañana se define mi
vida. O da un vuelvo para convertirme en una mujer feliz y con
responsabilidades o el lunes próximo me despido de Alejandro para siempre. No
puedo seguir comportándome así, como si tuviera la imperiosa necesidad de ser
la amante de Alejandro. Cuando termine su relación con Marina lo sacaré del
freezer y volveremos a vernos. O quizás hasta me olvide completamente de él.
Muchas posibilidades, pero hay algo seguro: mañana se define mi vida. Hoy me
llamó tres veces a mi celular, no lo atendí. Cuando yo desaparezco él me busca,
es un histérico prepotente manipulador. Y yo simplemente necesitaba un tiempo a
solas con mi hija.
***
Aquel 29 de abril
de 2002 se terminó todo. Ocurrió tan de repente que ya no sé si fingí la
alegría que ahora me oprime adentro. Yo solo sé que todo se acabó, que no hay
nada más detrás del telón, la función llegó a su fin.
Ursula se fue.
Después de un mes
de albergarla dentro de mí, Ursula se fue. Me dejó, me dejó mi hija. Me dejan
todos. Me dejan. Cuando me levanté después de haber hecho pis y vi colorado en
lugar del esperado amarillo supe lo cierto: Ursula no estaba. Ursula, te
fuiste, me dejaste. Y no te culpo, hija. ¿Cómo podías venir a este mundo, cómo
podías quedarte sabiendo lo que te esperaba como madre y aun peor como padre?
No podías, te entiendo hija.
29 de abril
de 2002
Hoy estuve con
Alejandro. A eso de las tres de la tarde me pasó a buscar por la universidad y
me subí a su auto. No supe si besarlo ni cómo hacerlo, así que opté por
saludarlo con un frío “hola”, evitando el contacto físico. “¿Podemos quedarnos
por acá?”- pregunté, porque no quería ir a su departamento. Me contestó que sí,
como si no le importase ni quisiera saber por qué. Mi cara hablaba de la tristeza que me
sofocaba. Había perdido a mi hija, a lo único que iba a amar más que a
Alejandro.
- ¡Qué cara!
- Sí, estoy…
- ¿mal?
- mal… no, triste.
Estoy triste.
- ¿Qué pasó?
- Perdí a Ursula.
- ¡¿Y a estás
triste por eso?!
Entendí que para él
era un alivio. Él no entendió que para mí era la muerte. Entonces intenté
explicarle cosas de las que hablaba mi cara. Mis facciones mostraban una
tristeza honda y fácil de interpretar. Él nunca entendió que yo estuviera
triste por lo de Ursula, lo cual me confirmó que es un monstruo. No voy a
llorar, no lo hice antes ni lo voy a hacer ahora. No es el momento ni el lugar.
Estacionamos el
auto y nos sentamos en una mesa en la vereda de un barcito. El sol daba solo
sobre él, como en mis sueños, como siempre. Le hablé de Ursula con un dejo de
tristeza. Insistía con una pregunta estúpida: “¿Qué hubieras hecho si…?”. No
importa qué hubiera hecho. Ursula después de un mes había desaparecido de mi
vida. “En caso de que la hubieses tenido, Cielo, las cosas son claras: yo
podría haberte pasado plata, en caso de que la necesitaras; pero entendé que yo
estoy en pareja y no voy a dejar a la mujer con quien estoy porque vos quedes
embarazada. Cada uno hace su vida ¿entendés?”. Eso terminó de matarme, ahora
sí: por favor, introduzcan mis dedos en el enchufe y rocíenme cianuro en polvo.
Sabía que lo que
seguía iba a ser duro pero él me facilitó mucho las cosas. Me dijo que si me
hacía mal verlo, a lo mejor no vernos más era la solución. Yo accedí, aliviada
porque no me tocó a mí proponerlo.
-Es que sigo muy
enganchada con vos
-Bueno, no quería
tocar ese tema
Su
café cortado ya no existía y mis cigarrillos tampoco. Mi coca cola Light quedó
a medio tomar al rayo del sol, que ahora me iluminaba solo a mí. Le dije
entonces que me hiciese caso y él prometió no volver a escribirme, ni llamarme,
ni nada que se le pareciese. Aceptó, no le costó nada hacerlo. “Esto me duele
en el alma- dije- yo sigo enamorada de vos”. Nos quedamos en silencio y él
llamó al mozo con señas. Pagó y me dijo: “¿vamos?” dando por terminada la
charla.
Caminamos
y sentí su mirada en mi cuerpo: “cambiá esa cara por favor” me dijo. “¿Querés
que ponga cara de feliz cumpleaños?”- le dije sarcástica.
Le
pregunté si podía dejarme en la UCA.
Respondió que sí, dio marcha al auto e hicimos todo el camino
en silencio. Yo me apoyé en mi mano derecha junto al vidrio y el me pellizcó el
cachete izquierdo y dijo: “cambia la cara, dale”. Yo no me inmuté: ni un gesto,
ni una sonrisa, ni una respuesta. Solo una mirada perdida hacia la nada, hacia
cualquier cosa excepto lo que contenía ese auto.
Cuando
llegamos a la esquina de la universidad le dije: “dejame acá, me voy a quedar
haciendo un par de cosas”. Eran mentiras, pero quería quedarme en el puerto y
pensar, o solo quería sentirme “en casa”. “chau”- le dije, sin demasiadas
vueltas. Le di un beso que en todo caso fue un roce de mejillas y abrí la puerta.
Volvió a pedirme que cambiase la cara y a continuación dijo algo que no
entendí, algo como: “voy a saber cómo estás” o “voy a preguntar cómo estás” o
algo así. Ya no tenía importancia. El ruido de la puerta al cerrarse sonó a
respuesta.
Es
un monstruo: jamás me entendió ni entendió lo de Ursula.
8 de junio de 2002
¡Estoy
tan desesperanzada, tan deprimida, tan sin identidad! Me propongo estudiar pero
mi cabeza no procesa lo que estoy leyendo. No estoy cansada ya que dormí toda
la tarde, pero algo me mantiene triste y enferma. No sé qué puede ser: con
Alejandro jamás volví a hablar y ni siquiera pienso en él. Respecto de Ursula
sigo pensando en ella, pero no estoy mal: supongo que ya lo superé (dos meses
sin vos, hija).
Tal
vez estoy triste porque no tengo vida, porque llega el fin de semana y mi mejor
plan es estudiar o dormir (justo como en mi infancia). Tengo ganas de llorar y
estoy supra-sensible, tan triste y deprimida como si hubiera vuelto a tener
noticias de Alejandro. Ya no pienso en él y ver su departamento todos los días
desde la autopista no tiene efecto en mí. La mayoría de las veces solo paso y
les hago “fuck you” a los edificios erigidos imponentes ante mí. Los miro por
inercia, alguna que otra vez de mí emerge un insulto como una burbuja desde el
océano, pero parece perderse entre los motores de la autopista.
Soy
una persona que desechó su pasado, evita tener un presente y prohíbe cualquier
futuro (sin vida no se puede estar). Tengo que encontrar una causa, una
estrategia, un fin. Tengo que encontrar mi “para qué”. Siempre viví por otros:
Cocol, Alejandro, Ursula, pero no merezco vivir por mí, es un desperdicio. Me
odio. No me tolero. Chau.
***
¿Pensaron
que Alejandro iba a portarse bien? ¿Que iba a seguir mis comandos? No, ese
buitre no iba a dejarme en paz. No iba a hacerlo, no puede hacerlo, no sabe
cómo se hace. No puede: su naturaleza, su cuerpo, su sangre, toda su hombría
grita “¡soy mal tipo!”. Eso le enseñaron, es lo que sabe hacer, es lo que,
queramos o no, me gustó de él. Su obstinación, su terquedad; todo lo que para
la gente son tremendos defectos son para mí las más maravillosas virtudes;
porque nunca pude ser como él, aunque estaba empezando a parecerme. Aprendería
a sobrevivir en la jungla, donde Alejandro era león y yo un bambi desprotegido.
No
me iba a dejar tranquila: el catorce de junio me envió un email por mi
cumpleaños. ¿Era tan necesario? No. Simplemente quería asegurarse de que no lo
olvidase, jamás. Y sin embargo sobreviví sin responderle ese email.
16 de julio de 2002
¡¡Aprobé mi primera
materia!! ¡¡Ya tengo la primera materia metida y con un ocho!!
6 de octubre de 2002
Alejandro
morite de sida o de gota.
14 de noviembre de 2002 (siete meses
sin Hogweed)
No
quiero que se malinterprete, no estoy pensando en él. Pero… ¿me llamará para
navidad? Hace tres años que lo hace, sería raro si no lo hiciera. Bueno, para
mi cumpleaños me escribió… supongo que también para navidad. Supongo, no
espero. Solo supongo.
Adios Ursula, te amo. Quizás en algún otro
momento vuelvas a aparecer.