regresé, crei que habia muerto, pero regrese despues de casi un año, no quiero volver a caer, no quiero que todo vuelva a ser igual, quiero regresar con ella, y que todo esté tan perfecto como antes, y se que puedo hacerlo bien esta vez...
Insuficientemente flaca para
llamar tu atención
5 de septiembre de 2003
No
pienso llamarlo más. Ahora va a entender lo que es el abandono y aunque no
tenga reemplazo, supongo que no va a tardar en aparecer algún idiota que me
saque de la cabeza al amor de mi vida, al hombre que voy a desear toda mi vida.
Hace mucho que no lo veo, supongo que por su mudanza a Monte Grande con Romina
y Ulises. Nunca me llamó desde que se mudó, así que presupongo que la está
pasando genial, lo cual no me gusta ni un poco.
Yo
estoy horrible. Estoy muy triste y mi vida no tiene sentido: voy a la facultad
y me encierro en la cápsula malvada (mi casa), eso es todo lo que hago. Y ahora
decidí no llamar más a Alejandro para ver cuánto tarda en darse cuenta de mi
desaparición terrenal. ¿Se dará cuenta en algún momento de que sigo existiendo?
Espero que sea antes de mi suicidio.
12 de septiembre de 2003
¡Qué
bajo cayó mi imagen de Alejandro! Me abandonó justo en el momento cuando más lo
necesito. Siento que la bulimia me consume, siento que es más que la comida lo
que abandona mi cuerpo cada vez que vomito. Estoy vomitando pedazos de alma.
Pero está bien, tengo que seguir con mi vida. No sé si lo voy a ver de nuevo
ahora que se mudó, tendrá otras mujeres que le quedarán más cómodas, de hecho.
Todo bien, todo bien.
***
Nunca pude
contra mi imaginación. Por las noches Alejandro venía a mi cabeza y vivíamos
vidas diferentes entre sueños. Por la mañana la realidad era casi
irreconocible, indefinible; siempre me cuesta varios minutos entender que todo
fue un sueño, que la realidad (el aquí y ahora) es completamente diferente.
Decenas de veces me desperté buscando al lado mío a un Alejandro con quien
compartía cama en mis sueños. Sí, debo admitir que mi imaginación es más que
muy poderosa. Ahí lo tienen, esa es una frase suya “más que muy”. Eso lo dice
todo el tiempo; soy una fotocopia malhecha del hombre que pienso es ideal.
Si
yo pudiera vivir en el mundo que he creado en mi cabeza, sería reina y dueña de
todos. Porque en mi imaginación Alejandro me ama, me conserva como a un tesoro:
no quiere perderme. En mis sueños me cuida, me hace el amor con ternura, me
acaricia hasta que me duermo. En mis sueños. Allí soy hermosa e inteligente,
nadie puede ganarme; no hay límites ni barreras: todo lo puedo. Omnipotente, en
mis sueños lo soy.
Y
cuando algún sueño se asemeja muy acabadamente a la realidad pienso que debo
llevarlo a cabo. Como lo que sucedió aquella tarde oscura de septiembre. Había
soñado un reencuentro: Alejandro estaba tomando clases en la facultad de la
calle 9 de julio y yo llegaba de improviso. Él tomaba el turno tarde donde hay
menos alumnos que a la mañana así que no fue difícil dar con él. Estaba sentado
prolijamente, con sus anteojos mirando atentamente al pizarrón mientras un
profesor explicaba no sé qué fórmula matemática. Golpeé el vidrio de la ventana:
me miró sorprendido. Dudó… y luego una sonrisa. Le leí los labios: “esperame”.
Así que me senté en una silla en el pasillo y lo esperé hasta que terminó la
clase. Me agradeció la visita inesperada y a continuación cenamos y dormimos
juntos. Un reencuentro más que maravilloso.
Muy
bien, esa es mi imaginación. A continuación lo que sucedió realmente, en un
mundo donde no hay coincidencias y las circunstancias no ayudan… pero donde te
podes llevar muchas sorpresas, algunas de ellas bastante gratas.
Estaba
decidida a que mi sueño se convirtiera en vivencia (porque así lo sentí, porque
fue más vívido que la vida). Después de clases, me hospedé en la casa de Pilar
donde siempre era (y sigo siendo) bienvenida. Pilar es una de las personas más
buenas que conocí en mi vida. No solamente es buena amiga sino que también es
buena cómplice, es excelente escuchando, guardando secretos, es divertida; esto
todo lo que me gustaría que la gente piense que yo soy. Es un verdadero pilar.
Una
vez en su casa, le conté acerca de mi sueño y me dijo que estaba dispuesta a
acompañarme, que incluso podía llegar a ser divertido. Las clases de Alejandro
terminaban a las diez, así que nueve y media tomamos un taxi y nos dirigimos a
la esquina más emblemática de mi vida: nueve de julio e independencia. Una vez
en frente del enorme edificio (que aquel día era más gigante que nunca) me
atemoricé y quise echarme atrás. Pilar me dijo que no había problemas, que para
entrar teníamos que decir que éramos alumnas del turno tarde; que iban a
dejarnos pasar. Con el corazón latiéndome exageradamente entré en aquella
universidad que en nada se parecía a la mía. Un espíritu santísimo quiso que
Pilar estuviera aquella noche conmigo, porque yo me hubiera perdido sin
pensarlo dos veces en medio segundo. Tengo buen sentido de la orientación, pero
era demasiada la carga que sentía: mi vida tenía que superar el éxtasis de mi
sueño (era una meta casi imposible).
Pregunté
a un alumno que vagaba por los pasillos dónde quedaba el aula donde se cursaba
segundo año de la carrera de contaduría. El alumno sonrió con malicia unos
segundos antes de decirme: “no es que cada piso tiene su carrera. En cada una
de las aulas se dicta una materia diferente.. ¿qué materia estás buscando?”.
Bingo. De ninguna manera podía saber qué materia estaba cursando Alejandro ese
día a esa hora. Me quería dar por rendida pero Pilar me entusiasmó y aconsejó
que lo llamase por teléfono. Nos dirigimos al baño donde no había mucho ruido
para poder llamarlo a su celular. Apagado, el celular estaba apagado, era la
muerte de aquella tonta esperanza de superar mis sueños con un poco de
realidad. “seguramente lo tiene apagado porque está en clases; llamalo a las
diez que seguramente lo prende antes de irse”. ¡Buena idea, Pilar!
A
continuación caminamos un poco más mientras yo me fijaba por las ventanas, aula
por aula, si reconocía su rostro cansado y estudioso. Por supuesto, no lo
encontré. Estábamos ya cansadísimas cuando Pilar sugirió que fuésemos a tomar
un café o una gaseosa hasta que se hicieran las diez de la noche, hora en que
nos encontraríamos probablemente con el celular de Alejandro prendido. Bárbaro,
íbamos a tomar algo pero ¿a dónde? “Ahí hay un chico sentado, preguntale dónde
hay un bar”- me dijo Pilar. ¡Ni loca! Pensé que quizás era compañero de
Alejandro y por nada del mundo quería hacer el ridículo aquella noche (es
decir, más ridícula no podía ser, pero en fin…). Finalmente, Pilar tomó coraje.
- Disculpame, no sabés dónde hay un lugar para
tomar algo?
- este es el tercer piso, en el sexto hay un bar
donde se come bastante bien
A
continuación le agradecí al muchacho que nos había ayudado. Pronto noté que no
tenía cuadernos ni lapiceras en sus manos, entonces me atreví a hacer algunas
preguntas:
-¿Vos estudias acá?
- Sí… bah… “estudio”
- ¿Qué carrera?
- Comercialización. ¿Vos qué estudias?
- Periodismo, pero en otra universidad.
- ¿Y qué hacés acá?
- Buscando
a mi…
- …
- No sé, a mi probable futuro o ex novio.
- Bueno, podés ir al bar o sentarte acá al lado
mío y contarme.
Mi
estado de desesperación era lo suficientemente obvio como para que un
estudiante de 23 años de comercialización se diera cuenta. Con la mirada le
pregunté a Pilar qué quería hacer y me contestó de la misma manera que estaba
bien quedarse con aquel muchacho.
Se
llamaba Tomás y tenía 23 años. Era muy bonito, con rasgos suaves, de pelo
morocho, ojos algo verdosos y piel blanca. Su voz tenía el color de la
confianza, que me hacía abrir la boca y escupir mis miserias. Me contó que
estaba fuera del aula porque se había aburrido. Me pareció muy divertido pero
ya eran las diez de la noche y mi plan estaba zozobrando. Me disculpé con Tomás
y me deseó suerte con Alejandro (ya le había contado prácticamente toda la
historia mientras Pilar papaba moscas y él me escuchaba con atención). Me
preguntó si podía tener mi teléfono o mi dirección de correo electrónico. Tomás
me había caído muy bien así que le dije que anotara mi correo electrónico en su
teléfono. Cuando me mostró su celular, que era el mismo que tenía Alejandro, de
repente se me hizo tarde. Le dije mi correo electrónico mientras caminaba
yéndome al baño nuevamente para llamar a Alejandro desde allí. Me agradeció y
me dijo que iba a escribirme. Nunca pensé que lo fuera a hacer… y tampoco me
importaba demasiado ¡¡Alejandro se estaba escapando de mis planes!!
Entré
en el baño, las piernas me temblaban, también las manos. Marqué su número,
Pilar me apoyó con una palmadita. Iba a ser el mejor reencuentro del mundo, el
mejor de mi historia y de la suya. Es decir, el plan original (encontrármelo de
improviso) había fracasado pero aún quedaba el que pensaba ejecutar a
continuación. Lo llamé y todavía conservaba el teléfono apagado. Quería
desaparecer de aquella universidad; empecé a plantearme hipótesis que no había
tenido en cuenta hasta ese momento: ¿y si Alejandro no había asistido a clases?
¿y si hubiera dejado la facultad ahora que vivía en monte grande y ya no la
tenía a cinco minutos de su casa? ¡¿Cómo no lo había pensado antes?! Me
envolvió un estado de nervios capciosos del que Pilar no logró sacarme con
éxito. Me instó a que lo llamase una vez más y sino, me dijo, nos iríamos a su
casa a hacer como si nada hubiera pasado.
Junté
lo poco que me quedaba de coraje (eso sí tenía, de lo que no tenía ni medio
gramo era orgullo) y marqué nuevamente su número. ¡Tono de llamada! Atendió.
-Hola Ale
-Cielo?
- sí, cómo estás?
- bien
-dónde estás?
- saliendo de la facultad
-ah! Yo estoy en la facultad
- ah
- en tu facultad!
- qué hacés ahí? Me hubieras llamado antes y te
saludaba…
- vine a buscar unos papeles para el hermano de
pilar.. ¿qué? ¿dónde estás ahora?
- en el estacionamiento, buscando el auto.
- ahh… no querés que vayamos a tomar algo?
- no estás con Pilar?
- sí… qué tiene?
- ok, te paso a buscar en tres minutos. Esperame
en la puerta de la facultad.
¡Muy
bien! Estaba saliendo bien. Es cierto, Alejandro no se mostraba muy
entusiasmado por la increíble (muy in-creíble) casualidad de haber estado los
dos juntos al mismo tiempo (y “sin saberlo”) en la universidad. No se mostraba
ni entusiasmado, ni contento, ni nada. Lo suyo era el arte del mármol: tendría
que haber sido escultor. Frío y silencioso esperaba dentro de su auto: un Golf
gris. Pilar quiso irse a su casa, pero necesitaba su presencia, pilar era mi
sostén, valga la redundancia.
Entramos
las dos en el auto de Alejandro: yo me senté a su lado, en el asiento de
acompañante. Saludamos simpáticamente y Alejandro dijo algo como “por fin
conozco a la famosa Pilar” y es que la quiero tanto que paso horas hablando de
ella. Llegamos a un bar del barrio San Telmo y nos sentamos en una pequeña
mesa. Comencé a sentirme discriminada, era un bombardeo de incómodos
sentimientos: Alejandro y Pilar hablaban de fútbol (siendo Pilar gran
admiradora de los deportes). Estaban contentos y yo no podía seguirles el hilo:
no me gusta el fútbol, no entiendo nada de fútbol… ¡hablemos de películas!
¡Hablemos de libros! ¡Hablemos del periodismo intransigente de los años
cincuenta antes de Cristo, pero no hablemos de fútbol!
Había llegado el mozo,
tuvieron que interrumpir la charla. No importó, seguí sintiéndome discriminada.
Alejandro y Pilar pidieron una cerveza cada uno y yo una gaseosa light… ¡no
tomo alcohol! ¿Qué voy a hacer? ¿Emborracharme sin ningún sentido? No, gaseosa
light.
Mientras mi mejor
amiga y el amor de mi vida hablaban entretenidamente acerca de las propiedades
de la cerveza negra, de la cual era devoto Alejandro, yo me di cuenta de que
aquello no se asemejaba en nada con mi sueño. Estaba fracasando, tenía que
hacer algo: por lo menos verificar si estaba preocupado por mi comportamiento
bulímico. Llegó la moza y trajo las cervezas, Alejandro dijo que tenía hambre,
Pilar asintió. Yo no dije nada. Me preguntó entonces: ¿vos querés pizza? Dije
que no (es decir: ¡¡¡sí!!! ¡me estoy muriendo de hambre pero me voy a morir
flaca como un escuerzo porque no te interesa nada de mí!). Comieron, charlando
y tomaron cerveza como si yo no existiera. Alejandro se levantó para ir al baño
y me quedé sola con Pilar.
- Cie ¿querés que me vaya?
- No, ¿por qué?
- Para que puedan hablar solos, estamos hablando
todo nosotros
- No, ni te preocupes. Si querés irte, andá y
después nos encontramos en tu casa
- ¿No te vas a ir con él?
- ¡No! Me voy con vos, quedate.
Sí
quería que Pilar se fuera, pero me sentía tan devastada que sabía que no iba a
poder sobrellevar esa noche en soledad, le rogué que se quedara y lo hizo.
Pilar, ¡cómo te quiero!
Cuando
volvió Alejandro, fue el turno de Pilar de ir al baño. Nos quedamos solos.
- ¿Cómo estás vos?
- Bien, ¿por qué?
- Sabés a qué me refiero… ¿cómo estás de tu
problemita mental?
- No es un problemita mental. Es una elección.
- ¿Elegís morirte de hambre?
- No, elijo vomitar lo que no me hace bien
- No te voy a persuadir, sos lo suficientemente
grande para saber lo que está bien y lo que está mal. Hacé lo que quieras.
- Por supuesto.
- Hacé lo que quieras, como siempre.
- Claro.
Antes
de terminar aquel “claro”, Pilar ya estaba sentada a la mesa con nosotros
nuevamente. Misión inconclusa: en mi sueño Alejandro me decía “estás mucho más
delgada”. En la realidad no me había dicho absolutamente nada (y el jean me
quedaba dos talles más grande). Obviamente, no estaba lo suficientemente flaca.
Sonó
su teléfono, atendió y mantuvo una conversación bastante imprudente al lado
mío: obviamente hablaba con Romina, su concubina, donde le explicaba que estaba
demorado y que no iba a ir a comer. Le dijo que estaba conmigo. ¡Le dijo que
estaba conmigo!
“Es
mi esposa, me pregunta por qué no voy a comer”- le explicó a Pilar (que sabía
toda la historia de antemano por haberla escuchado de mí más de mil veces).
Ella fingió desconocimiento total y allí comenzó el holocausto en mis venas:
Alejandro hablaba de Ulises. Contaba que lo iba a buscar al jardín de infantes
y que el bebé pensaba que él era su padre.
“No
sabés lo que dulce que es… y lo que me cuesta explicarle que no soy su padre.
Pero claro, es lógico, el pendejo no debe entender absolutamente nada”- dijo.
“Y no… no es normal lo que estás
haciendo”- pensé yo. Y lo pensé en voz alta porque Alejandro me fulminó con la
mirada.
Decidí
que no podía arruinar más aquella velada así que me levanté, lo saludé
cordialmente y con Pilar tomamos un taxi. “Cuidate de tu problemita mental”-
fue lo último que me dijo y en mí un eco de odio se repitió hasta que pude
dormirme aquella noche.
En
el taxi camino a la casa de Pilar en Caballito, lloré desconsoladamente. Quería
llegar, quería dormir, necesitaba morirme o dormir para siempre. Pilar estaba
desconsolada y no sabía qué hacer, me decía que Alejandro le había parecido
simpático pero que no demostraba mucho interés en mí (obviamente Pilar no sabía
absolutamente nada de mi período de bulimia).
Nos
paró la policía, es decir, la policía paró el taxi. Yo no podía contener mis
lágrimas y la noche no podía terminar peor. El policía obligó al taxista a
bajar del auto y me pidió lo mismo a continuación. Me preguntó si me había
hecho algo y le dije que no mientras me enjugaba las lágrimas de odio y
humillación.
“Problemita mental”
repetía todo dentro de mí y me obligaba a seguir llorando. Pilar le explicó al
policía, que no me creía, que estaba llorando
porque había reprobado un examen en la universidad. El taxista dijo que
nos habíamos subido en nueve de julio e independencia y que yo ya estaba llorando
en aquel entonces. Por primera vez deseé que mis lágrimas se trataran de eso:
de un examen mal dado, aunque era imposible que aquello sucediera.
El
policía nos pidió los documentos y después de anotar no sé qué cosa en su
cuaderno, seguimos viaje. “No sé por qué lloras –dijo el taxista- pero no vale
la pena. Solo la muerte es irreparable”. Lo que el taxista no sabía era que mi
muerte estaba más cerca de lo que podría haber imaginado cualquiera. Más cerca
de lo que podría haber deseado jamás.
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